Hablemos de vampiros. Sé que llevo mucho in aparecer por el blog, lo sé, tal vez pensábais que volvería por todo lo alto hablando sobre Eurovision, pero mis opiniones sobre esta edición del certamen mejor me las guardo para mí. Prefiero volver a la rutina escribiendo sobre vampiros y política, mejor dicho sobre el símbolo del vampiro en la política.
Escribía Paul Tillich: "This is the great function of symbols: to point beyond themselves, in the power of that to which they point, to open up levels of reality which otherwise are closed, and to open up levels of human mind of which otherwise ara not aware" Theology and Symbolism.
Bien, me pregunto: ¿Somos o no somos realmente concientesdel símbolo una vez hemos logrado vislumbrarlo y señalarlo en la neblina?¿sigue siendo un punto de apertura o ya es un lugar común recurrente? ¿Pierde su capacidad enmascaradora y su capacidad de apertura? No me miréis así, toda llave cierra y abre puertas. Me pregunto también: ¿Somos concientes de cuándo ponemos en marcha el mecanismo del símbolo? ¿de cuando éste se ha escapado en su magnitud a los canales que le disponemos? ¿cuándo se nos va de las manos y abandona nuestro campo explicativo y toma por bandera otros? ¿Cuándo un símbolo migra? ¿Cuándo pierde valor? ¿Cuándo es el momento para recoger sus cenizas y darle vida de nuevo?
Podríamos debatir sobre ello, podríamos organizar lecturas conjuntas sobre antologías de símbolos, podríamos organizar talleres para descubrir nuevos símbolos, contemporáneos a nosotros mismos, lo mismo con otro calzado. Podríamos llegar a un acuerdo y según nuestras especializaciones, la tuya lector y la mía, para retomar el mismo debate de siempre, para explicarnos los unos a los otros qué es un símbolo y para que nos sirven, consuelan, confunden o exaltan.Sí, podríamos.
Blood Will Tell: Vampires as political metaphors before World War I | . | Sara L. Robinson |
Sin embargo, vamos ir al grano, a los ejemplos y a las mismas bifurcaciones de siempre, que no son pocas. Leía a principios de año un líbrito que no he tenido el tiempo y la inspiración de reseñar en el blog, pero que bien se lo merece: El Mito de la conspiración judía mundial. Los Protocolos de los Sabios de Sión. Norman Cohn, editado por Alianza Editorial en su línea naranja de Historia. Lectura amena en general, cuyos primeros capítulos resultan especialmente apasionantes por desconocidos. No sé vosotros, pero me fascina saber que los dichos Protocolos son en el fondo la mala mezcla de relatos de terror de poca monta junto a la reescritura de un folletín crítico con Napoleón III y de las fantasías y diversas insuflas místicas de un pseudo monje ruso (Sergey Nilus), todo aderezado por espías "blancos" y por los entesijos de la diplomacia europea de finales del siglo XIX y principios del XX. Otro día, lo prometo.
Lo que sí me sorprendió -y bastante- fue no encontrar en ninguna láminas ilustradas y de reproducciones de fotografías antiguas ninguna imagen, por propagandística que fuera, que explotara la imagen del judío como un vampiro. Ah el símbolo del vampiro...
En
la laguna de imágenes que, a veces, creo que es en realidad esa cosa
llamada el inconsciente colectivo yo creía tener localizada una imagen
donde precisamente la caricatura del judío decimonónico estaba
protagonizada por un vampiro. Pero me equivocaba. Sin embargo, en los
relatos que Cohn expone como la sopa donde a lo largo de los siglos el
antisemitismo europeo ha ido chapoteando estaba plagada de relatos de
sacrificios rituales donde la sangre de los gentiles era una vez y otra
vertida por los sedientos de sangre. El Vampiro que no bebe de la sangre
que vierte, sino que disfruta únicamente viendo como ésta es
sencillamente vertida, desperdiciándola y regando la tierra.
El
relato del judío como vampiro puede que no tenga, como yo creía, una
representación pictórica pero ha sido numerosas veces expuesta en tinta
sobre papel. La supuesta Deuda de Sangre contraída por el pueblo hebreo en el momento de la expiración de Jesús en la cruz fue desarrollándose hasta conformar per se
un relato de terror folclórico, donde se daban la mano las malas
lecturas del Leviticus y las supersticiones agrarias; específico aquí
agrario como la conjunción de agricultura y ganadería, sabemos que los
pueblos ganaderos son especialmente sensibles a conceptos como
"sacrificio", así como las comunidades agrarias presentan este mismo
acercamiento al concepto de regeneración/resurrección. Estos relatos de
terror seguían un patrón establecido en el que el vampiro, sacamantecas
(en España) raptaba niños cristianos para beberse su sangre o para
ofrecer una parte en rituales satánicos en el caso de tratarse de brujas
bebedoras de sangre, lo cual ya nos llevaría a otro tipo de
fenomelogía.
A
lo largo de la Bajo Edad Media y Renacimiento poco se sabe de vampiros
urbanos, éstos atacan siempre en comunidades agrarias y si el atacante
es descubierto, siempre resultará ser un extranjero, un urbanita, un
judío. Si el personaje en sí no se trataba de EL Vampiro, era su más
fiel aliado. No es extraño que la novela Drácula nos sugiriera la
visual imagen de los zíngaros/gitanos como el de un pueblo maldito
plenamente al servicio del bebedor de sangre. La creencia popular dice
que los gitanos conforman las gentes que descienden de Caín... no hace
falta añadir más. Bueno sí, añadiré que algunos estudiosos del tema
sostienen que Headcliff (Cumbres Borrascosas) es uno de los antecesores
literarios más remarcables a la hora entender al Drácula de Stoker.
¿Hace falta recordar que Headcliff es un personaje de etnia gitana?
No
es hasta que llegamos a las metropolis cosmopolitas de los venidos a
más Imperios del siglos XIX que podemos encontrarnos con el vampiro
urbano. ¿Cómo?. Como ya sabréis la lucha por las libertades político
sociales que ocupó gran parte de la primera mitad del siglo XIX
terminaron por rediseñar no tan sólo los escenarios culturales y
políticos, sino que por ejemplo terminaron por derribar otro tipo de
murallas. Las antiguas murallas medievales de muchísimas ciudades
europeas fueron sencillamente tiradas a bajo o sepultadas para expandir
las ciudades, para ensancharse. Tradicionalmente los espacios físicos de
las ciudades respondían a un porqué y a un para qué, y estos debían
reformularse también. La herencia de los barrios judíos se abría al
resto de la ciudad y en mayor o menor medida los ciudadanos eran libres
de moverse por el nuevo espacio, por una ciudad abierta. Atrás quedan
las zonas de exclusión para judíos, musulmanes y afectados de
enfermedades como la lepra.
Es
aquí cuando, tal y como ya he dicho, el vampiro se convierte en un ente
urbano al que no le hace falta cavar un hoyo en la tierra, esconderse
en las ruinas de su castillo o morar en los cementerios, sino que puede
vivir en un hotel de lujo en pleno París como harían por ejemplo Louis y
Claudia, por no hablar de la incursión de Drácula en el paradigmático
Londres de la pujanza colonialista.
Defiendo,
yo, no la autora del libro ni ningún otro, que no es gratuito que
Drácula "emigre" a Londres. Que su orientalismo y a la vez la esencia
pura de la Europa más salvaje seduzca a partes iguales que repele a los
bien pensantes londinenses que pueblan la novela, a quienes la leyeran
entonces. Se puede realizar esta otra lectura de Drácula, la incursión
de la vieja Europa en la cuna del mayor Imperio sobre la tierra en aquel
momento, por extensión y por poder económico; la amenaza que supone, el
tambaleo de su reglamento social, incluso la incipiente libertad sobre
el cuerpo que ponen de manifiesto Mina y Lucy, Lucy y Mina, lo
rápidamente que esta incursión sobre el control del propio cuerpo es
sajada de raíz por la muerte de la primera y por el matrimonio de la
segunda. El desasosiego que produce ver como el viejo aristócrata rumano
seduce no a una sino a dos damas británicas y las "esclaviza", mejor
dicho: las aparta del control del hombre británico. Lucy es subyugada de
forma física y sexual, mientras que en el caso de Mina se pone de
manifiesto un proceso de subyugación mucho más profundo y anímico (por
el alma de ella). En el fondo se trata de poseer el cuerpo y el alma de
la Gran Bretaña.
Stoker
dibuja el recelo de la Gran Bretaña hacia Europa y hacia la amenaza de
un posible descontrol sobre la posesión del cuerpo femenino bien por si
mismo o por el roce de ese otro cuerpo extraño que no pertenece a la
comunidad. Eso es, Stoker perfila con maestría el recelo ante el
inmigrante. Habría resultado un escándalo entonces, pero tratad de
imaginar que en vez de un conde rumano de más de cuatrocientos años
estuviéramos hablando de un noble del Punjab, ponedle los años que
queráis, haced de él un mero mortal, haced lo que queráis con ese nuevo
Drácula que la lectura será la misma. A partir de ahora os costará no
ver a Drácula como una suerte de Othello, por entroncarnos con otro
funesto marriage entre Occidente y Oriente.
No
debemos olvidar tampoco que discurrían de forma contemporánea al relato
de Drácula diversos aspectos que tendríamos que tener en cuenta y que,
por supuesto, nutren nuestra teoría. Por ejemplo, 1) la Rusia zarista fue realmente "aficionada" a los progromos en las actuales Ucrania y Moldavia, no es de extrañar el flujo inmigrante de población proveniente del este de Europa
que llegaba a los focos de crecimiento económico y de las libertades
políticas como fueron en su momento Gran Bretaña y Estados Unidos, así
como otras capitales europeas (Paris y Berlín).
2) La sexualidad de finales de siglo: El terror a las enfermedades de transmisión sexual como la sífilis. La incipiente liberación de las cuestiones sexuales mediante las teorías del Doctor Sigmund Freud,
que hicieron retumbar los cuartos oscuros donde se encerraban las
cuestiones sexuales. Creo que siempre nos ha fascinado la facilidad con
la que la sociedad victoriana era capaz de balancearse entre el pudor
más ridículo y la lascivia (Velvet Eden, corseteria de colores... ellos
inventaron el picardías...)
3) Superpoblación de
las ciudades, la mezcla de clases, el peligro a los matrimonios mixtos
(de raza y clase) que pudiera empobrecer la riqueza de la sangre inglesa
etc...
Eso es,
volvamos a la ciudad. La acumulación de personas en las nuevas y
abiertas ciudades conlleva consigo que las diferencias entre quienes
habitan en ellas sean un poco más visibles que antes. Como sucediera en
Roma, el rico saldrá de la ciudad una vez esta sea oficialmente
declarada superpoblada y se torne insalubre, un hervidero de diferencias
y tensiones. La segunda mitad del siglo XIX es un ejemplo de esas
tensiones, de esas palancas sociales y de esas minorías latentes que
remueven el subsuelo del tejido social urbano. La ciudad pasa a ser
considera una prisión y una posible ratera para quienes en ellas viven.
El rico tendrá miedo del conocimiento que el pobre tiene de los
callejones y de los escondrijos. Surge la idea de la ciudad dentro de la
propia ciudad, de la ciudad subterránea como en La Torre de los Siete
Jorobados, de "otra" ciudad que es gobernada por "otros". Estamos en la
cresta de la Revolución Industrial, el mundo cambia a marchas de
locomotora y sabemos que las estructuras sociales más básicas como es la
familia se ve súbitamente sacudida -en menos de una generación- por las
nuevas condiciones de vida que trae consigo la industrialización
forzada: la mortalidad en todas las edades se dispara, pero muy especialmente de
quienes son más sensibles. El mito de la Lamia resurge, el
sacamanteca y la bruja bebedora de sangre viven ahora en la misma calle y
son la panadera y el charcutero, son inmigrantes eslavos o judíos de la
ciudad de al lado. Da igual.
Sostiene
(ahora sí) Sara Libby Robinson que mientras El Vampiro (en masculino,
lo remarco) ha resultado ser un excelente avatar para la cuestión judía
en Europa, no ha logrado escaparse de prestarle su rostro a "Otros"...
¿Quiénes? Anarquistas, extremistas agrupados en sociedades de todo tipo,
minorías étnicas muy específicas en marcos geográficos todavía más
específicos y sobretodo en la otra cara de la moneda a los artífices del
capitalismo, del incipiente capitalismo despiadado que tanta mella
hiciera en la memoria colectiva mediante los cuadros descritos por
Dickens o Balzac.
El
Vampiro bebe sangre, pero ya no es la sangre de campesinos, no se trata
ya de una noble obsesionada con su juventud que se lleva por delante la
vida de cientos de hijas de campesinos, tampoco se trata de un noble de
cientos de años que roba bebés para sus vampiras. Se trata de un
Vampiro que camina de día y bebe a diario la sangre de la nueva clase
social sobre la que se sostiene su sistema. El CAPITAL se alimenta de la
sangre, ergo de la vida, de quienes se ven atrapados en él. Como
decía Robinson: el vampiro es un símbolo versátil y da rostro a varios
de nuestros temores. Ya nadie teme al Conde Drácula, al hombre que
antaño fue Vlad Tepes, sino que se teme al capataz, a los partidos
políticos, a la hipocresía social, a las varillas del estado
confesional, se teme a las hipotecas, a los rescates de la banca
privada, se teme el mordisco de los recortes en aquellos ámbitos que
todo el mundo tiene claro que son intocables, pues son derechos básicos,
pero que ¡Oh! todos, derecha e izquierda, han metido mano y
colmillos.
Comparemos el entonces:
... y el ahora:
¿Hemos desgastado el símbolo? ¿Hemos completado una rotación sobre un eje invisible y nos encontramos en el mismo punto?
No
importa si llega el ángel del socialismo (hola paradoja) o el Van
Helsing de turno con las siglas del Banco Central o de la Reserva
Federal... La víctima es la misma: campesino, obrero desfacellido o
rubia poniéndo morritos de "Oops, vaya cosa más tonta que me está pasando"
Otro día hablamos de los "nuevos" vampiros, aquellos políticamente correctos...