16 de octubre de 2013

El tesoro de Tutankhamon y el misterioso cometa dentro del corazón de un escarbajo

Me pregunto si alguna vez os ha sucedido lo siguiente: cuando justo al termino de la lectura de un libro os habéis visto obligados a volver al inicio del mismo, y releer, porque allí se encuentra una clave fundamental o una pista correcta.

Como siempre en estos lares lo que prima es la propia experiencia personal, es esta la que me lleva a plantearos esta pregunta. Soy consciente que como método científico deja bastante que desear, ya que debería preguntarme por aquello que va mucho más allá de mi percepción y entendimiento de esta realidad ontológica. Pero es que recientemente me estoy reencontrando con mi lado más descartesiano y me supone ya de por sí un esfuerzo plantearme "qué va más allá de mi percepción" cuando ésta ya de por sí solita tiene horizontes distantes.

Resulta que todavía no he terminado de leer el penúltimo capítulo de Herreros y Alquimistas de Mircea Eliade que me topo hace unos días con la siguiente noticia sobre el Tesoro de Tutankhamon: 

Concretamente la noticia -como habéis podido leer- gira entorno a un único broche, de abigarrado diseño, cuya pieza central presenta al divino escarabajo alado tallado en una llamativa piedra amarilla. La mayor cualidad de esta joya, ahora sabemos que reside precisamente en la "piedra" amarilla que según los estudios de un equipo de investigadores de la Universidad de Witwatersrand (Johannesburgo, Sudáfrica) se identificó como un cristal formado tras el estallido de un cometa en los cielos de Egipto hace aproximadamente 28 millones de años, añado yo el "aproximadamente" porque en otras fuentes no aseguran este dato al 100% .

Según las conclusiones del estudio llevado a cabo sobre esta pieza en concreto, la piedra es como os decía en realidad un cristal de silicio amarillo, formado en las arenas del desierto y a partir de ellas cuando las temperaturas llegaron hasta los 2000 ºC tras la entrada en la atmósfera terrestre de un cometa. Este cometa posteriormente -se viene a demostrar con el estudio hecho público- impactó contra la superficie del desierto. Aventuran los mismos analistas e investigadores que el impactó debió finiquitar toda vida presente en lo que antaño no fueron las arenas de Egipto. El proceso por el cual fue formado este cristal es algo parecido a, aunque se trata de un fenómeno raro de ver, cuando un rayo impacta contra terrenos arenoso formándose las Piedras de Rayo o fulguritas.

Me pregunto yo qué les llevó a estudiar tan minuciosamente el escarabajo amarillo. Sea como sea, añaden los expertos de la universidad que la explosión muy seguramente originó también una serie de diamantes microscópicos que fueron diseminados junto a los cristales de silicio por todo el radio de alcance del impacto. La conjetura que exponen los científicos de la Universidad de Witwatersrand es que los diversos elementos -terrestres y celestes- pudieron fusionarse y que de resultas de esta especie de carambola sideral tantos siglos después se puede investigar un poco más sobre el origen de nuestro sistema solar.

¿Y por qué digo yo esto? Porque no debemos olvidar que los cometas son cuerpos muy antiguos formados por hielo, por rocas y polvo cósmico que orbitan alrededor del una estrella (el Sol), esta argamasa espacial tiene tantos años como años tiene el espacio. Según el informe de la Universidad de Johannesburgo esta sería la primera vez que se encuentra un pedacito de cometa sobre la tierra, dado que con anterioridad se habían identificado partículas de polvo en la atmósfera y en los glaciares del Ártico, pero en teoría -y ahí radica la noticia- hasta el momento no se habían encontrado restos de cometas sobre la tierra. Es por este motivo que el hallazgo realizado dentro del escarabajo amarillo del broche de Tutankhamón alcanza tal relevancia, en la formación de este cristal se habrían fusionado las arenas del desierto y esquirlas del cometa (llamadlo esquirlas, llamadlo como queráis). De hecho, es bastante normal hallar restos de meteoritos, recordad qué sucedió el pasado mes de febrero en la zona de los Urales.

Piedras Rayo, fulguritas, ceraunias, cometas imposibles y meteoritos ardientes. En definitiva cuerpos celestes (aerolitos) cuerpos caídos y recogidos, copiados, reproducidos y venerados. Piedras y metales del Cielo, la huella de lo divino en el suelo y su rastro en los cielos pintado. Esta es la parte que me llevo a guardar la página, cerrar el libro Herreros y Alquimistas y volver a abrirlo por el inicio de su primer capítulo. Escribe Mircea Eliade tras un académico prólogo:

Los meteoritos no podía dejar de impresionar; venidos de "lo alto", del cielo, participaban de la sacralidad celeste. En determinado momento y en ciertas culturas, incluso es probable que se imaginase el cielo de piedra .
(...)

Hagamos hincapié en esta primera valorización religiosa de los aerolitos: caen sobre la tierra cargados de sacralidad celeste; por consiguiente, representan al cielo. De ahí procede muy problamente el culto profesado a los meteoritos o incluso su identificación con una divinidad: se ve en ellos la "forma primera", la manifestación inmediata de la divinidad.
Todas, absolutamente todas las culturas veneraron en sus principios el fuego venido del cielo; los dioses eran fuego; el chamán hable en la lengua que hable dice sentir en su interior como el calor del cielo entra en él/ella; el espíritu santo del cristianismo no es más que una lengua de fuego llameante sobre las cabezas. Zeus y Thor son los dioses armados con el rayo.

No resulta nada difícil entrever los cultos de veneración y sus emplazamientos. Un meteorito era venerado en Pesinonte (Frigia) como imagen de la diosa Cibeles, como marca de la petra genitrix (la piedra madre); recientemente, a principios de año si mal no recuerdo, salió a la luz una estatuilla del dios budista Vaisravana tallada en un pedazo del meteorito Chinga, caído entre Mongolia y Siberia alrededor de hace 15.000 años, la talla que en su día fue adquirida por las expediciones del régimen nazi en Nepal fue analizada debido a sus altísimos índices férricos. Otro ejemplo, y tal vez el de mayor envergadura debido a su resonancia y puesta en escena se encuentra en la ciudad de La Meca, donde se produce de forma anual una de las peregrinaciones contemporáneas más numerosa. Según dicta uno de los cinco pilares de la religión islámica todo musulmán ha de peregrinar una vez en su vida al lugar más sacro para el Islam: la Kaaba (la Casa de Dios), el único lugar en la tierra donde se reunen lo divino y lo terrenal, convergiendo. Dice la tradición que el arcángel Gabriel ofreció a Abraham una Piedra Negra (porción de un meteorito) para que fuera utilizada como parte de la construcción de la Casa de Dios.

En el cristianismo la Estrella de Belén tiene casi un papel anecdótico, estructuradamente anecdótico por decirlo de algún modo sin caer de lleno en el "sospechismo". Se dice que los Tres Magos (reyes o no) observaron un cuerpo celeste con estela, lo que bien podría ser un cometa pasando cerca de nuestra órbita o bien podría ser un meteorito entrando en nuestra atmósfera. Tomándolo como un signo de cambio y señal de lo divino decidieron seguirlo. Debido al lapso de tiempo que se narra en las Escrituras entendemos que el fenómeno se prolongó en el tiempo, lo suficiente como para que los tres individuos lo siguieran partiendo de distintos enclaves e hicieran confluir sus viajes en una única ruta hacia la ciudad de Belén. Conocemos el fenómeno y casi aseguraríamos que la Estrella de Belén se trata de un cometa pasando cerca de la órbita terrestre. Ya sabemos que en la exégesis del cristianismo normativo se pulimentó una serie de pequeños y grandes elementos que entroncaban la nueva creencia, postulándose como renovación, con tradiciones y credos mucho más antiguos y aposentados. De un plumazo la señal en el cielo, la manifestación de lo divino que decía Eliade se convirtió durante siglos en una fábula, después en un elemento edulcorado y mucho más tarde en ornamento para plazas de pueblo.

Volvamos a los egipcios y a sus escarabajos. El químico holandés Robert James Forbes en su estudio Metallurgy in Antiquity (1950) defiende que hasta la XVIII Dinastía y el período del Nuevo Imperio el pueblo egipcio no estaba ni acostumbrado ni interesado en los yacimientos de cobre o hierro, tanto es así que las piezas que se han ido encontrando en yacimientos diversos (la Gran Pirámide incluida) se deberían más al comercio y botines de guerra que a un proceso de manufactura propia. La tesis de Forbes es clara en este aspecto: los egipcios únicamente estuvieron interesados en el hierro meteórico y en los metales que el cielo proveía. En sus análisis añade que una buena prueba de ello es el uso el reiterado uso del término biz-n.pt "metal del cielo" para referirse a la características de determinados enseres metálicos.

Tutankhamón está considerado el último faraón de la XVIII Dinastía, viviendo entre el 1.335 hasta el 1.327 aC, fechas que concuerdan con las dadas por Forbes en su estudio, pero como ya sabemos (y yo no soy muy docta en este aspecto) hablar de fechas o períodos en el Egipto dinástico resulta siempre complejo debido a las lagunas historiográficas que encontramos en las cronologías. Aún y así, no considero desafortunado creer que el cristal de silicio y arenisca que una vez se hace 28 millones de años  formó tras la entrada de un cometa en nuestra atmósfera, pasara desapercibido a un pueblo como el egipcio.

Es más, creo que de algún modo el cristal de silicio, en cuyo interior habría restos de material del cometa, fue elegido a consciencia por los sacerdotes, porque tendemos a olvidar que en el conocimiento humano hay mucho más por saber que por obviar, somos o fuimos más sabios de lo que creemos. Con el cristal se talló el cuerpo del escarabajo central del broche del faraón, por carambolas del destino, el último faraón de la XVIII Dinastía según tenemos entendido, cuadrando con las fechas que dio Forbes en su estudio, fechas que marcan un antes y un después en la cultura metalúrgica de Egipto.

El hecho, el simple hecho que en el corazón de ese escarabajo se pueden hallar restos del material primigenio de nuestro sistema solar sencillamente me estremece, pero me emociona mucho más saber que los oficiantes de la religión egipcia supieron ver lo celestial confinado en un pedazo de arena cristalizada, que supieron ver y comprender cómo el universo (con dioses o no de por medio, os lo dejo a vuestro criterio) entablaba un amistoso diálogo con ellos. Nada es casual, alguien hace miles de años miró dentro del corazón del escarabajo y en su interior encontró un pedazo, una esquirla, una mota del Cielo. Hoy, miles y miles de años después el broche que iba a pender del cuello del faraón en el más allá nos ofrece la posibilidad de estudiar el origen de nuestro sistema.

Nada es casual y a veces prácticamente todo es poesía.



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