Hay metáforas y luego hay alegoría.
Dejadme ser un poco melancólica.
Billy Gómez, Seul |
No lo escondo, siempre he sentido que los momentos que paso cada día metida y encerrada en un bus o en el metro -yendo o volviendo, eso no importa- forman parte de la metáfora en la que parece ser que se mueve toda nuestra existencia diaria. Metáfora que enmascara a esa otra realidad vivida y vívida, que sin embargo, permanece cubierta y a la espera de ser revelada, de sernos de utilidad.
Sólos, por supuesto que sí. Así, sintiéndose completamente solos, o estándolo de verdad, los seres humanos que retrata el fotógrafo Billy Gómez son criaturas abstraídas, bustos encajonados y rostros enmarcados tras los cristales e doble grosor del autobús, del metro. A veces nos podría incluso parecer que sus cuerpos, esos cuerpos que debemos intuir más allá y entre las sombras pasan por el mismo proceso por el que pasa la moqueta de los asientos de los comboys del transporte público. Se apelmazan los nervios y las cosquillas. Se secan y cuartean, se deshilachan poco a poco por suerte, sin ningún otro motivo que por el mismo paso del tiempo y nada más.
Billy Gómez, Seul |
Billy Gómez captura el rostro en su duplicación continuada, captura el rostro que se ve desdibujado en el reflejo de un cristal manchado y poroso, un cristal tan sufrido como el centenar de rostros que refleja diariamente. Como grandes ojos vivos que todo captan, todo reflejan y proyectan.
A veces, sólo a veces y de noche, pienso al mirar por la ventana del bus de vuelta a casa que la ventana son mis segundas cornea y que en estas, antes que las primeras, se triplica el mundo en un ejemplo más del efecto de Samson-Purkinje. Y puedo ver como me ve el mundo.
Billy Gómez, Seul |
Los seres humanos que retrata Billy Gómez son seres conducidos por
otros, que se mecen con posado derrotado, son y somos personas que se dejan llevar hacia el destino por el que se ha pagado un billete, sirva esto también como metáfora.
Son personas que
irremediablemente nos parecen tristes, auténticamente incrustadas en el lugar y fuera del mismo también; lejos, muy lejos están navegando en el reflejo, tristes
y ensoñadas. Perdidas pero con el rumbo marcado.
En piloto automático
¿Es así como nos vemos en el reflejo que proyectamos y que resbala de superficie en superficie pulimentada? Yo creo que sí, llevo años viéndolo, viéndome, viéndoos a vosotros también. Y me consuela (como siempre acaba ocurriendo) que alguien con el talento necesario y con la cámara siempre a punto como un francotirador acierte a retratarlo, a retratarnos. Qué importa Seul, Budapest o Barcelona, si el cristal que va a reflejarnos será siempre el mismo, con aproximadamente las mismas características y cualidades, y en él nos veremos y veremos a través de él y seremos conscientes de nuestra tristeza y dejaremos de serlo en cuanto la veamos bailando de ventana en ventana.
3 comentarios:
Curiosamente, a mí me hace pensar en la poesía de lo mundano. Tal vez sea por el concepto de medio de transporte, que te lleva de un lugar y te deja en otro que no es el del principio. Podrían llevarte a cualquier parte. Del mismo modo que las personas ahí sentadas podrían ser cualquier persona y tener absolutamente cualquier cosa en la cabeza.
Muy buenooo!!!!!!
Muy buenoo!!!!!!!!
Publicar un comentario