2 de octubre de 2014

Cachalote varado en las trincheras al que le crecen sus algas internas

¡Inaudito!
 
Más veces de las que nos pensamos damos vueltas sobre una misma situación, una única idea o un sólo hecho de nuestras vidas (vamos, por generalizar y abarcarlo ya todo). 

Lo hacemos totalmente obsesionados por avanzar y finiquitar esto o aquello que nos atosiga y  perturba el trajín insubstancial de los días (siento estar rebozándome peligrosamente con el harinado del nihilismo). Pero, es cierto, que nos vemos desde dentro con un falso objetivo focal y desde fuera a vista de mosca molestona, nos vemos totalmente concentrados (así lo cree usted, pero no) en solventar aquella duda, esa otra idea que se empecina en aparecer y desaparecer; focalizados en aquella situación y aquel otro evento de más allá circunspecto a lo que es el vivir... y en los condimentos que lo especian hasta convertirlo en algo intragable, indigesto...

Configuramos un rol de guerrero y, con él y dentro de él, batallamos -oh sí, como nos gusta pensar que lo estamos haciendo-, batallamos contra esos socavones que mutilan la perfecta llanura de la vida, que habíamos imaginado como ese prado verde acariciado por las nubes y barrido por la luz del sol, solo que la idea nunca fue nuestra. 

Así, pendientes de la contradicción, describimos la perfecta escena de nuestras botas hundidas en el lodo de la zanja de la que esperamos salir; sabiendo que, tras esta zanja vendrá la siguiente trinchera, y que de reojo, con el cuello torcido en un ángulo correcto, el horizonte no se afea, pues los surcos cavados apenas son visibles. 

... como si pudiéramos encontrar consuelo en tan poco.

Tratamos de impulsarnos un poco más, frotamos las manos, al tiempo que nos encomendamos a quien quiera buenamente asistirnos y concluimos que "debemos salir de aquí". No hay nada mejor que una huida hacia delante ¿no?. Por esta razón, o más bien, influidos por ella actuamos con prisas, resbalando en el material inmaterial que nos sujeta (nos olemos que dicho material es el propio del fracaso y de la desdicha). Nos agitamos con la idea de que bien somos como la mosquita en la telaraña ¿Quién teje semejantes trampas a nuestro alrededor? Que no me entere yo quien es. Nos recorre la amarga evidencia de estar desperdiciando la vida en su sentido más completo, más circular, como si fuera a vencernos un plazo funesto en nuestros calendarios. 

Sin embargo, tal vez, (eh, solo tal vez) la zanja y el socavón -esa metáfora de nuestros "problemas"- están ahí para que les prestemos atención y cavemos más hondo, ampliemos su recorrido y si el horizonte de los días ha de ser como un prado colindante de Verdún en 1916, que lo sea, por algo será. Lo más normal sería que el socavón-zanja-trinchera sirva de refugio, lo más normal sería que el socavón-zanja-trinchera se convirtiera en el lugar desde donde ser y estar, en donde dejar de pretender que se dispone de un tiempo para cada cosa y verter todo ese tiempo en ser y estar, en palpar el agujero negro en el que nos hemos metido (con o sin ayuda) y determinar si son estos los confines o no de nuestro futuro inmediato... una suerte de "hogar"... y si lo fuera, decorarlo para el tiempo que dure este alquiler, recordad que en septiembre llegó el catálogo de Ikea.

Siempre he pensado que las estanterías Billy irían de lujo con un puñado de pensamientos como: "Quiero avanzar, hacer algo de provecho" o "¿Dónde dejé mis sueños?". Los tendríamos visibles y al alcance de la mano.

Particularmente, si me preguntáis (si es que os lo preguntabais) estoy atorada, varada como un cachalote (ni más ni menos) en una playa en donde todas las horas son de marea baja. Y hay días en los que me desespero y quierosalirquierosalirquierosalir; en cambio, tengo otro tipo de días en los que me siento como anestesiada, pero eso debe ser porque con este traje de ballena ya no me llega el aire al cerebro. ¿Es todo tan malo? No lo sé, pero sí sé que por suerte para mí, hay otros tantos días en los que veo con cierta claridad que estar estancada y varada no es parte del final, sino parte del propio proceso de estar y de ser en la creación de mi vida, aunque confieso que con el paso de los años eso de utilizar un pronombre posesivo a veces me resulta un poco pomposo.

Me digo: "Si estás engarzada a este punto será porque si fuera un tapiz, el diseño te pediría más puntadas, y si fuera una pintura mural necesitarías más color en los contornos; si fuera un poema necesitaría ir más allá... pero eso es algo que siempre pasa con los poemas, buscan la esencia de las espirales, no te traumes". Y, sin embargo, en lo único que puedo pensar es que en un arrebato de honestidad le diré al mundo que soy un manojo de ortigas, de piedra pizarra y cochinillas de la humedad fingiendo ser un ser humano, eso sí: vestida de cachalote varado, tal y como hemos convenido previamente.

Así que, cuanto me lo permite mi traje de ballena, me dedico a admirar el paisaje prestado en el que me encuentro: la playa con perpetua marea baja y el socavado prado colindante a Verdún en 1916. Un milagro dado que no cuento con periscopio.

Cuando me doy cuenta de la inexistencia de movimiento en mi tiempo y cuanto parece que se agita con gusto el mundo exterior pienso en mi aloe vera, en el cactus de mi oficina y en las palabras de María Zambrano: 

(la planta) ni duerme ni está despierta porque se alimenta continuamente, porque está fija en su lugar, en quietud absoluta en lo que hace al movimiento de traslación, que marca la diferencia, en verdad abismática, entre los dos grandes reinos de la vida. La falta de lugar fijo, la posibilidad y aun necesidad de buscar, de recorrer, de enseñorear un espacio que lleva consigo la marca de la indigencia animal, le hace despertar. 

Y añade: 

La planta está siempre presente. Su ocultación es su muerte y su estado de latencia. En ella ciertamente hay un movimiento, que es un actualizarse, un florecer en plenitud, un aparecer en toda su presencia para decaer, como llama que se enciende y apaga.  
(Los sueños y el tiempo. Ediciones Siruela, 2ª edición, 2008.)

Soy, por así decirlo, un cachalote varado al que las algas de su estómago devoran. 
Soy, más bien, el verdecillo que crece en las paredes del socavón, allá donde me agarro tratando de salir.

No me queda claro, pero soy en movimiento o varada, dentro o fuera, planta o animal.

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