Durante esta medio semana de vacaciones que he tenido en Navidades he tenido el placer de participar en un CHALLENGE de historias sobre personajes mitológicos y debo confesar que aunque no estoy muy contenta con el resultado final de una de las historias que presenté/regalé (3 en total) pues la experiencia puede resumirse como positiva. Una vez entregadas en el plazo estipulado por las organizadoras y en medio de la vorágine del cambio del año pensé -no mucho- en el nuevo significado que está adquiriendo para mí escribir.
Algún día, algún día, lograré poner en orden mis "ideas" sobre qué significa ESCRIBIR y sobretodo, sobretodo que significa ESCRIBIR y PARA QUIEN. Hubo un tiempo en el que no me importaba mucho, la verdad es que no me cuestionaba el sentido ulterior de escribir. Para mi siempre ha sido una cuestión bastante personal y con el tiempo he ido cayendo (no diré irremediablemente, pero casi) en un patrón en el que me siento cómoda, porque escribo para mí, un patrón que me es demasiado personal y cuya mayor consecuencia negativa es que siento que cuanto escribo, cuanto le doy a la gente para que lo lea carece de atractivo., de un atractivo universal Así que, gran parte de lo que he ido mostrando es en realidad parte de lo que considero "menos mío".
Hasta hace bien poco no me creía capaz de escribir ni tan siquiera un relato corto, un cuento sin moraleja, porque en el fondo nos gustan las historias que empiezan en un in media res y nos abandonan en la cuneta. A veces creo que solo nos gustan las historias, los cuentos, los poemas que nos hagan sentir como si de por sí fuéramos seres apelmazados cuando en realidad nuestra contemporaneidad es la más sensible de todas. Nuestra sociedad ha ido arrinconando la razón, se valió de ella hasta que "produjo los suficientes monstruos" como para asustarnos, como si el procedimiento lógico del raciocinio fuera el único método de generar maldad. Nuestra sociedad solo pide cuentos, moralejas y un poco de magia/química que substituya cuanto podamos hacer por nosotros, para dejarlo en manos de otros, siendo esos "otros" otra especie humana que convive con nosotros mismos. Como si realmente fuera posible que conviniéramos sin saberlo diferentes especies de dos humanidades distintas: aquella que padece y aquella que puede solucionar nuestros padecimientos dándonos una lección, una senda y un códice mágico... o simplemente aquella que viéndonos en nuestra miseria se acerca y con gran sabiduría nos dice: Levanta.
Sea como fuere, pedimos que constantemente sea substituida la razón por el sentimiento, y aunque rabiemos del psicoanálisis este es bien claro en sus argumentaciones: el sentimiento es un estado enquistado de la infancia, y la infancia es el único recuerdo de felicidad y dependencia pacífica que tenemos los humanos, el único. Así, para ser felices con cualquier cosa debemos sentir que ésta se entronca con la infancia. Por eso pedimos un cuento porque es nuestra Magdalena de Proust. (no, no es una cita)
Yo, me consideraba a mi misma una larvita de poetisa, siguen pareciéndome mucho mejor algunos (pocos) de mis poemas que no las cantidades industriales que he escrito para los 3 Nanos en los que he participado. Confieso que no sé escribir, que no sé construir un argumento, que no sé cómo no caer en la misma trampa de siempre que hace que este mismo argumento no pivote en la introspección y en la visión de cada uno de los supuestos personajes a los que de forma. Para mí los diálogos son un castigo divino, poniéndonos teológicos podría decir que mi purgatorio consistiría en escribir guiones con diálogos y más diálogos… y más diálogos.
Un par de frases me dan para mucho. Por supuesto miento (y deberíais agradecer que mienta en voz alta), esta hipótesis que dice: con poco diálogo me consuelo y lo más importante, me basto es incorrecta. Su perfección, su idoneidad narrativa sería, si por otra parte, yo supiera describir a la perfección cómo el lenguaje no verbal y el silencio construyen cuánto falta en la interacción y en la primera capa de narración; el silencio como un verdadero lenguaje. Dicho así, parece que pretenda escribir tal como se baila butho, y pretenderlo ya de por sí es un poco arriesgado y pedante.
Entonces heme aquí, oscilando entre la humildad más espantosa y la soberbia más infantil. Y el resumen es el siguiente: empiezo a ver el hecho de escribir como algo mucho más profundo que no el simple hecho de abrir la/una compuerta de la presa de nuestras emociones, unas emociones que no tienen rostro, pues se lo tapan con las manos, haciendo ver que aunque ocupan un buen espacio en realidad no están ahí, como harían los niños pequeños.
No reniego del mundo sensible y no soy una persona racionalistas (creo), en inumerables ocasiones he sentido un torrente golpeando en la presa y he abierto compuertas, por necesidad, por saneamiento y por placer, por estética, por aburrimiento, por ver qué sucede, por obligación... pero he abierto esas compuertas y he escrito bajo su cascada.
Pero, no es más lo que espero de "escribir"
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