Justamente hoy le comentaba a mi compañera de trabajo que durante un tiempo había llevado el cabello de varios colores y con los cortes más diversos. Le decía que nunca como cuando lo había llevado rojo chillón, rojo sangre lo había sentido tan mío.
Y de vuelta a casa en el bus me he dado cuenta que llevo prácticamente un año sin teñírmelo, dejándolo crecer sin preocuparme por el color que toma o que tonalidades refleja cuando le da la luz del sol.
Tengo el cabello castaño oscuro como el 80% de la población de este país. Tengo los ojos oscuros también, de nuevo como el 80% de la población. Hasta aquí no hay problemas. Ahora llegan, tranquilos. Mis padres tienen los ojos pardos, tan pardos que cuando yo era pequeña no sabía que plastidecor coger para pintarlos porque a veces eran verdes y otras castaños. Mis hermanas también los tienen pardos con mucha menos definición que los de mis padres. En cambio, yo tengo los ojos oscuros y rojizos.
Mis padres y mis hermanas tienen el cabello castaño ceniza, del color de un tronco ahumado podríamos decir para ponernos quisquillosos con los colores. Wengue agrisado. Incluso mis hermanas eran de pequeñas como esas criaturas que siendo rubitas terminan criando cabelleras que simulan ser oscuras. En cambio, yo tengo el cabello del color que, siguiendo con el símil de los colores de la madera, podríamos decir que es Corintio. Oscuro y rojizo.
Hay algo en mí que es pelirrojo. Algo, unos cuantos genes que se han regulado siempre por las reglas de una parte de la familia con la que a penas me he visto o tratado. Somos los Centenos. Mi abuela materna, casada con uno de ellos, me dice que a veces muevo la boca como ellos, que camino incluso como ellos. Mi tío me dice que hay una chica circulando por uno de los pueblos, de donde era la familia de mi abuelo, que es un clon mío, sólo que un poco más pelirroja. Y yo le miro y le digo: yo son pelirroja.
Yo siempre había querido tener el cabello negro. Siendo adolescente me miraba al espejo y con aquella cara a medio formar me parecía que el negro era el único color que me podía sentar bien. Con 15 años me teñí de negro. Y periódicamente me he ido teñiendo y retiñiendo de negro... sino era de negro tenía que ser de cualquier otro color o gama, cualquier color con tal que no fuera el mío natural, tanto que a lo largo de más de diez años no he llevado mi color natural. Ya iba siendo hora. Cuando me teñí de rojo, rojo sangre, rojo tomate fue uno de los momentos más liberadores que recuerdo, como aflojarse un cinturon prieto o soltarse el pelo tras estarse un dia entero con una coleta alta, criminal y bien tirante. Lástima que durara tan poco, lástima que no vuelva a hacerlo en mucho tiempo.
Se lo comentaba a mi compañera de trabajo, ya no sé a colación de qué otro tema, pero le he dicho sin pensármelo: Me gusta el tono rojizo que toma mi cabello cuando lo mueves. Así quieto no parece ser de otro color, pero si lo muevo, si lo agito así, así, si lo despeino... entonces sale todo el rojo, el rojo que hay dentro.
Y es cierto, lo pensaba de camino a casa, es cierto y no he podido evitar sonreirle al reflejo del vidrio del bus. Es cierto que ya no me molesta saber que a la que brille el sol voy a tener el cabello encendido de un cobrizo natural, y que en cuanto se nuble voy a poder camuflarme entre el resto. Y, hasta podria decir que me enorgullezco que así sea mi cabello, que no se parezca al ondulado de mi padre o a los rizos medio grises medio rubios de mis hermanas o al cabello lacio y castaño de mi madre.
Mi cabello natural grueso y duro, rojizo a juego con mis ojos rojizos. Disimulando ser oscuros
Y no sabéis (seguro que sí) cuan aliviada me siento
Quede esta entrada como loa privada a la obra de la carne y a la creación en el seno de mi madre.
y quede esta entrada también como la entradilla para la siguiente, ya lo entenderéis.
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