Me habría gustado escribir esta
entrada el mismo día de Noche Vieja y decir: Hoy termina el año. Pero,
obviamente, no ha podido ser.
No
ha sido hoy, tampoco ayer, sino antes de ayer. La tarde de NocheVieja
se me rompió una figura de porcelana negra a la que le tenía una estima
fuera de lo común, practicamente ridícula y porqué sí. La compré en un
mercadillo de segunda mano y claramente era una figurilla un tanto
kistch, pero única y en perfecto estado.
Me pasé gran
parte de la tarde recogiendo pedacitos minúsculos de porcelana,
despacito, despacito para no romperlos más, para que los gatos no se los
comieran y, con sumo cuidado, para que no se me rompieran más en las
manos o se me perdieran para siempre o clavándoseme entre las uñas. Una
vez recogido, me dispuse a numerar los pedazos más grandes y a partir de
ahí numerar en subgrupos los pedazos que iban conformando los restos de
aquella figurita de porcelana negra, kistch y a la que tanta estima le
tenía y le tengo.
He
pensado que el pequeño incidente era un resumen de lo que había sido el
2012. Después, pensándomelo un poco más me dije "mejor no piques tan
alto", y concluí que sería mucho más leal pensar que la figura
estrellándose contra el suelo de mi habitación era el resumen de MI año,
de mi propia actitud a lo largo de este año. Soy esa porcelana negra
agrietada, descascarillada y esparcida en forma de polvo blanco,
colándome por las juntas de las baldosas del suelo, todo muy digno. Fin
de la ironía. Todo eso y cuanto queráis, pero sin dramatismos.
Lo que se rompe puede recomponerse. Según el qué.
Con los dedos quemados por el pegamento he recordado una de las historias que se cuenta sobre el Shogun Ashikaga Yoshimasa.
Un
triste día se le rompió su cuenco de té favorito y decidió hacer lo que
estuviera en sus manos por reparar
aquel preciado objeto, finalmente lo mandó de vuelta a China, donde se
había fabricado, guardando
la esperanza de que los artesanos pudiesen salvar y reparar el cuenco de
té. Cuando le fue devuelto quedó muy decepcionado por el tosco trabajo
que hicieron los artesanos. Habían unidos las piezas con láminas de
metal y éstas no casaban del todo, vio con horror como el té se filtraba
por las grietas que no habían sido fijadas con éxito.
Decidió
entonces pedirle a sus artesanos que reparasen el cuenco de té. En este
caso, los artesanos decidieron fijar las piezas con barniz y partículas
de oro. Según esta versión de la leyenda, así nació el Kintsugi.
Cuando en la solución del barniz se utiliza plata hablamos de
Gintsugi, si por el contrario se utiliza urushi (laca urushi) para fijar piezas rotas entonces deberemos hablar de
Urushitsugi.
Obviamente
la historia puede ser o no ser cierta, podemos dejarla como una anécota
de la Historia o como la leyenda que da sentido al origen de arte y a
la filosofía del mismo. Pensadlo. Una pieza rota o mellada es una pieza
cuyo precio se devalua, es una pieza que habiendo sido enmendada es
fragil o lo parece, porque un plato roto siempre se rompe una segunda
vez.
Sin embargo,
Aquello
que primero salta a la vista y que convierte al Kintsugi en mucho más
que una bella técnica de reparación, es la equiparación del valor
sentimental y el valor material previo del objeto. El menaje reparado
con la técnica de Kintsugi incrementa, duplicando y triplicando su valor
material/ económico, objetos tan cotidianos como pueden serlo el
cuenco, el plato o la taza con los que diariamente nos bastan para comer
y beber se convierten en obras de arte, en joyas y en piezas
buscadísimas en las casas de subastas.
Pero, en el fondo
siguen siendo aquellos objetos originarios, platos, tazas y cuencos que
carecían de valor material (insistimos), fundamentales para el sustento
vital y la comodidad del día a día, tal vez el único obeto que un hombre
puede poseer en vida en muchos, demasiados casos. Objectos Sustanciales
e Indispensables, por más que podamos comer y beber valiéndonos de las
manos, nuestros dedos como tenedores y nuestras manos como cuencos de
donde beber.
La
metáfora no se le escapa a nadie. Los objetos trasmutan, sellando las
grietas que los afean con puro oro, resaltando con ello las heridas y
las fracturas en la cerámica y en el barro, convirtiéndolas en la
insignia del más alto valor que el objeto mundano puede alcanzar.
Porque: Cuanto está roto puede ser todavía aún más bello.
Intento
que al escribir esta entrada, estas palabras, éstas no se pierdam y
acaben atoradas en un discurso que gire una vez y otro vez más sobre el
ese leimotif del que abusan o abusaban los emos
(desconozco la actualidad de la escena emo, ya no sé ni cuales son sus
visicitudes diarias). Un trazo o rayote mal dado con un lápiz de carmín
simulando un arañazo no es un arañazo real. Creo que hasta aquí todos
llegamos.
Esta sociedad vive todavía en una especie de
rebufo del románticismo que asusta de verdad, porque todo es emulación,
todo es farsa de la farsa de la sátira de lo que una vez fue cierto.
Miles de niños y niñas fingiendo delante de sus cámaras, escribiendo
entradas en sus blogs, volcando sus heridas superficiales, sus heridas
maquilladas, exclamándo: Mirarlas, son grietas de verdad, me las abro un
poco más.
Quien realmente se ha roto, se fija los
extremos con oro o con plata y vuelve a su cajón como el plato, a su
estante como la taza. Vuelve, vuelve a su día a día, porque no hay otra
aspiración más allá de la de ser plato y taza.
Ya
lo he dicho. Deberíamos aprender a cómo rellenar nuestras grietas con
oro y plata, sentirnos orgullosos de lucirlas cuando la ocasión se
presta; deberíamos aprender a sentir también cuan ricos somos ahora que
estando rotos hemos fijado esos pedazos de nosotros que una vez se
esparcieron por el suelo, desintegrándose. Allá donde las piezas se
hicieron añicos el relleno será mucho más grueso, más rico y por tanto
mucho más importante, y habrá que valorar el espacio que hubo como el
relleno que hay.
También lo he dicho antes, pero
reitero que sucede -como sucedió con el el auge de la técnica-, que hay
quien rompe su vajilla a proposito para poder repararla y mostrarla
orgulloso/a. Siendo un poco más mundanos, menos metafóricos, decir:
incluso ahora existen packs de manualidades en tiendas norteamericanas
de arte para emular en casa la técnica japonesa, pero esta vez con un
pegamento apurpurinado. No es nada difícil encontrarlos.
De
nuevo esa insistente necesidad de emular, de fracturar las superficies
lisas, pero sólo por encima y muy poco, no sea que realmente golpeemos
tan fuerte que rompamos algo de verdad, algo que no sepamos luego fijar
por más pegamento o barniz tengamos en casa.
Mi
figura no será ya nunca más la misma. Me faltan piezas, los huecos los
tendré que he recomponer utilizando cerámica de manualidades (de la que
venden en las casas de arte), pintarla del mismo color y esperar que con
un poco de suerte... valga la pena.
Siempre vale la pena.