Escribe Robert Graves:
Desde que tenía quince años la poesía ha sido mi pasión dominante y nunca he emprendido intencionalmente tarea alguna ni establecido ninguna relación que pareciera incompatible con los principios poéticos, lo que me ha valido a veces la reputación de excéntrico. La prosa ha sido para mí la forma de ganarme la vida, pero la he utilizado como un medio para aguzar mi apreciación de que la poesía es algo completamente diferente, y los temas que elijo están siempre vinculados en mi mente con importantes problemas poéticos. A los sesenta y cinco años de edad me sigue divirtiendo la paradoja de la obstinada persistencia de la poesía en la actual fase de la civilización. Aunque se la reconoce como una profesión culta, es la única para cuyo estudio no existen academias y en la que no hay un patrón, por tosco que sea, con el que se pueda medir la pericia técnica. "Los poetas nacen, no se hacen". La deducción que se espera que uno saque de esto es que la naturaleza de la poesía es demasiado misteriosa para que soporte el examen; es, ciertamente, un misterio todavía mayor que el de la realeza, pues los reyes pueden ser hechos o pueden nacer como tales y las declaraciones que se citan de un rey difunto ejercen poca influencia en el púlpito o en la opinión pública.
La paradoja puede ser explicada por el gran prestigio oficial que todavía va unido de algún modo al nombre de poeta, como sucede con el nombre de rey, y por la sensación de que la poesía, puesto que desafía al análisis científico, tiene que estar arraigada en alguna clase de magia, y de que la magia es deshonrosa. Es cierto que la ciencia poética europea se basa esencialmente en principios mágicos, los rudimentos de los cuales constituyeron un restringido secreto religioso durante siglos, pero que finalmente fueron desechados, desacreditados y olvidados. Ahora sólo por rara casualidad de regresión espiritual los poetas hacen sus versos mágicamente potentes en el sentido antiguo. De otro modo, la manera contemporánea de escribir un poema recuerda los experimentos fantásticos y predestinados al fracaso de los alquimistas medievales para convertir un metal vil en oro, con la diferencia de que el alquimista al menos reconocía el oro puro cuando lo veía y lo manejaba. La verdad es que sólo el mineral de oro puede ser convertido en oro; y sólo la poesía en poemas.
Robert Graves, La Diosa Blanca, Capítulo: Poetas y Cantores Ambulantes (1948).
Quien escriba poesía deberían leer siempre estos dos párrafos, empaparse de ellos y forjar una coraza con cada palabra y sílaba, porque siempre habrá quien, creyendo haber estudiado la ciencia exacta de los versos, la métrica y las metáforas de los colores, apuntará hacia tu trabajo y el mío también y escupirá un: Esto no es poesía.
Yo lo llamaba oleada negra, pero jamás me aventuré a llamarla magia y sin embargo magia es.
Qué decir que estoy literalmente harta de quienes creen saber que es poesía, de quienes tienen la desfachatez de recontarte los versos y de cuestionar las figuras, las metáforas, las mismas imágenes que yacen escritas.
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