¡Inaudito!
Más veces de las que nos
pensamos damos vueltas sobre una misma situación, una única idea o
un sólo hecho de nuestras vidas (vamos, por generalizar y abarcarlo
ya todo).
Lo hacemos totalmente
obsesionados por avanzar y finiquitar esto o aquello que nos atosiga
y perturba el trajín insubstancial de los días (siento estar
rebozándome peligrosamente con el harinado del nihilismo). Pero, es
cierto, que nos vemos desde dentro con un falso objetivo focal y
desde fuera a vista de mosca molestona, nos vemos totalmente
concentrados (así lo cree usted, pero no) en solventar aquella duda,
esa otra idea que se empecina en aparecer y desaparecer; focalizados
en aquella situación y aquel otro evento de más allá circunspecto
a lo que es el vivir... y en los condimentos que lo especian hasta
convertirlo en algo intragable, indigesto...
Configuramos un rol de
guerrero y, con él y dentro de él, batallamos -oh sí, como nos
gusta pensar que lo estamos haciendo-, batallamos contra esos
socavones que mutilan la perfecta llanura de la vida, que habíamos
imaginado como ese prado verde acariciado por las nubes y barrido por
la luz del sol, solo que la idea nunca fue nuestra.
Así, pendientes de la
contradicción, describimos la perfecta escena de nuestras botas
hundidas en el lodo de la zanja de la que esperamos salir; sabiendo
que, tras esta zanja vendrá la siguiente trinchera, y que de reojo,
con el cuello torcido en un ángulo correcto, el horizonte no se
afea, pues los surcos cavados apenas son visibles.
... como si pudiéramos
encontrar consuelo en tan poco.
Tratamos de impulsarnos
un poco más, frotamos las manos, al tiempo que nos encomendamos a
quien quiera buenamente asistirnos y concluimos que "debemos
salir de aquí". No hay nada mejor que una huida hacia delante
¿no?. Por esta razón, o más bien, influidos por ella actuamos con
prisas, resbalando en el material inmaterial que nos sujeta (nos
olemos que dicho material es el propio del fracaso y de la desdicha).
Nos agitamos con la idea de que bien somos como la mosquita en la
telaraña ¿Quién teje semejantes trampas a nuestro alrededor?
Que no me entere yo quien es. Nos recorre la amarga evidencia de
estar desperdiciando la vida en su sentido más completo, más
circular, como si fuera a vencernos un plazo funesto en nuestros
calendarios.
Sin embargo, tal vez,
(eh, solo tal vez) la zanja y el socavón -esa metáfora de nuestros
"problemas"- están ahí para que les prestemos atención y
cavemos más hondo, ampliemos su recorrido y si el horizonte de los
días ha de ser como un prado colindante de Verdún en 1916, que lo
sea, por algo será. Lo más normal sería que el
socavón-zanja-trinchera sirva de refugio, lo más normal sería que
el socavón-zanja-trinchera se convirtiera en el lugar desde donde
ser y estar, en donde dejar de pretender que se dispone de un
tiempo para cada cosa y verter todo ese tiempo en ser y estar,
en palpar el agujero negro en el que nos hemos metido (con o sin
ayuda) y determinar si son estos los confines o no de nuestro futuro
inmediato... una suerte de "hogar"... y si lo fuera,
decorarlo para el tiempo que dure este alquiler, recordad que
en septiembre llegó el catálogo de Ikea.
Siempre he pensado que
las estanterías Billy irían de lujo con un puñado de pensamientos
como: "Quiero avanzar, hacer algo de provecho" o
"¿Dónde dejé mis sueños?". Los tendríamos
visibles y al alcance de la mano.
Particularmente, si me
preguntáis (si es que os lo preguntabais) estoy atorada, varada como
un cachalote (ni más ni menos) en una playa en donde todas las horas
son de marea baja. Y hay días en los que me desespero y
quierosalirquierosalirquierosalir; en cambio, tengo otro tipo
de días en los que me siento como anestesiada, pero eso debe ser
porque con este traje de ballena ya no me llega el aire al cerebro.
¿Es todo tan malo? No lo sé, pero sí sé que por suerte
para mí, hay otros tantos días en los que veo con cierta claridad
que estar estancada y varada no es parte del final, sino parte del
propio proceso de estar y de ser en la creación de mi vida, aunque
confieso que con el paso de los años eso de utilizar un pronombre
posesivo a veces me resulta un poco pomposo.
Me digo: "Si
estás engarzada a este punto será porque si fuera un tapiz, el
diseño te pediría más puntadas, y si fuera una pintura mural
necesitarías más color en los contornos; si fuera un poema
necesitaría ir más allá... pero eso es algo que siempre pasa con
los poemas, buscan la esencia de las espirales, no te traumes".
Y, sin embargo, en lo único que puedo pensar es que en un arrebato
de honestidad le diré al mundo que soy un manojo de ortigas, de
piedra pizarra y cochinillas de la humedad fingiendo ser un ser
humano, eso sí: vestida de cachalote varado, tal y como hemos
convenido previamente.
Así que, cuanto me lo
permite mi traje de ballena, me dedico a admirar el paisaje prestado
en el que me encuentro: la playa con perpetua marea baja y el
socavado prado colindante a Verdún en 1916. Un milagro dado que no
cuento con periscopio.
Cuando me doy cuenta de
la inexistencia de movimiento en mi tiempo y cuanto parece que se
agita con gusto el mundo exterior pienso en mi aloe vera, en el
cactus de mi oficina y en las palabras de María Zambrano:
(la planta) ni duerme
ni está despierta porque se alimenta continuamente, porque está
fija en su lugar, en quietud absoluta en lo que hace al movimiento de
traslación, que marca la diferencia, en verdad abismática, entre
los dos grandes reinos de la vida. La falta de lugar fijo, la
posibilidad y aun necesidad de buscar, de recorrer, de enseñorear un
espacio que lleva consigo la marca de la indigencia animal, le hace
despertar.
Y añade:
La planta está
siempre presente. Su ocultación es su muerte y su estado de
latencia. En ella ciertamente hay un movimiento, que es un
actualizarse, un florecer en plenitud, un aparecer en toda su
presencia para decaer, como llama que se enciende y apaga.
(Los sueños y el tiempo. Ediciones Siruela, 2ª edición, 2008.)
Soy, por así decirlo, un cachalote varado
al que las algas de su estómago devoran.
Soy, más bien, el verdecillo que crece en las paredes del socavón, allá donde me agarro tratando de salir.
No me queda claro, pero soy en movimiento o varada, dentro o fuera, planta o animal.